Acto II
Habitación blanca del interior de la casa de BERNARDA. Las puertas de la izquierda dan a los dormitorios. Las HIJAS de BERNARDA están sentadas en sillas bajas cosiendo. MAGDALENA borda. Con ellas está LA PONCIA.
ANGUSTIAS.- Ya he cortado la tercera sábana.
MARTIRIO.- Le corresponde a Amelia.
MAGDALENA.- Angustias. ¿Pongo también las iniciales de Pepe?
ANGUSTIAS.- (Seca.) No.
MAGDALENA.- (A voces.) Adela, ¿no vienes?
AMELIA.- Estará echada en la cama.
LA PONCIA.- Ésta tiene algo. La encuentro sin sosiego, temblona, asustada como si tuviese una lagartija entre los pechos.
MARTIRIO.- No tiene ni más ni menos que lo que tenemos todas.
MAGDALENA.- Todas, menos Angustias.
ANGUSTIAS.- Yo me encuentro bien y al que le duela que reviente.
MAGDALENA.- Desde luego que hay que reconocer que lo mejor que has tenido siempre es el talle y la delicadeza.
ANGUSTIAS.- Afortunadamente, pronto voy a salir de este infierno.
MAGDALENA.- ¡A lo mejor no sales!
MARTIRIO.- Dejar esa conversación.
ANGUSTIAS.- Y además, ¡más vale onza en el arca que ojos negros en la cara!
MAGDALENA.- Por un oído me entra y por otro me sale.
AMELIA.- (A LA PONCIA.) Abre la puerta del patio a ver si nos entra un poco de fresco.
(La CRIADA lo hace.)
MARTIRIO.- Esta noche pasada no me podía quedar dormida por el calor.
AMELIA.- Yo tampoco.
MAGDALENA.- Yo me levanté a refrescarme. Había un nublo negro de tormenta y hasta cayeron algunas gotas.
LA PONCIA.- Era la una de la madrugada y subía fuego de la tierra. También me levanté yo. Todavía estaba Angustias con Pepe en la ventana.
MAGDALENA.- (Con ironía.) ¿Tan tarde? ¿A qué hora se fue?
ANGUSTIAS.- Magdalena, ¿a qué preguntas, si lo viste?
AMELIA.- Se iría a eso de la una y media.
ANGUSTIAS.- ¿Sí? ¿Tú por qué lo sabes?
AMELIA.- Lo sentí toser y oí los pasos de su jaca.
LA PONCIA.- Pero si yo lo sentí marchar a eso de las cuatro.
ANGUSTIAS.- No sería él.
LA PONCIA.- Estoy segura.
AMELIA.- A mí también me pareció.
MAGDALENA.- ¡Qué cosa más rara!
(Pausa.)
LA PONCIA.- Oye, Angustias: ¿qué fue lo que te dijo la primera vez que se acercó a la ventana?
ANGUSTIAS.- Nada. ¡Qué me iba a decir! Cosas de conversación.
MARTIRIO.- Verdaderamente es raro que dos personas que no se conocen se vean de pronto en una reja y ya novios.
ANGUSTIAS.- Pues a mí no me chocó.
AMELIA.- A mí me daría no sé qué.
ANGUSTIAS.- No, porque cuando un hombre se acerca a una reja ya sabe por los que van y vienen, llevan y traen, que se le va a decir que sí.
MARTIRIO.- Bueno; pero él te lo tendría que decir.
ANGUSTIAS.- ¡Claro!
AMELIA.- (Curiosa.) ¿Y cómo te lo dijo?
ANGUSTIAS.- Pues nada: «Ya sabes que ando detrás de ti, necesito una mujer buena, modosa, y ésa eres tú si me das la conformidad».
AMELIA.- ¡A mí me da vergüenza de estas cosas!
ANGUSTIAS.- Y a mí, pero hay que pasarlas.
LA PONCIA.- ¿Y habló más?
ANGUSTIAS.- Sí, siempre habló él.
MARTIRIO.- ¿Y tú?
ANGUSTIAS.- Yo no hubiera podido. Casi se me salió el corazón por la boca. Era la primera vez que estaba sola de noche con un hombre.
MAGDALENA.- Y un hombre tan guapo.
ANGUSTIAS.- No tiene mal tipo.
LA PONCIA.- Esas cosas pasan entre personas ya un poco instruidas, que hablan y dicen y mueven la mano... La primera vez que mi marido Evaristo el Colín vino a mi ventana... Ja, ja, ja.
AMELIA.- ¿Qué pasó?
LA PONCIA.- Era muy oscuro. Lo vi acercarse y al llegar me dijo: «Buenas noches». «Buenas noches», le dije yo, y nos quedamos callados más de media hora. Me corría el sudor por todo el cuerpo. Entonces Evaristo se acercó, se acercó que se quería meter por los hierros, y dijo con voz muy baja: «¡Ven que te tiente!».
(Ríen todas.)
(AMELIA se levanta corriendo y espía por una puerta.)
AMELIA.- ¡Ay!, creí que llegaba nuestra madre.
MAGDALENA.- ¡Buenas nos hubiera puesto!
(Siguen riendo.)
AMELIA.- Chissss... ¡Que nos van a oír!
LA PONCIA.- Luego se portó bien. En vez de darle por otra cosa le dio por criar colorines hasta que se murió. A vosotras, que sois solteras, os conviene saber de todos modos que el hombre, a los quince días de boda, deja la cama por la mesa y luego la mesa por la tabernilla, y la que no se conforma se pudre llorando en un rincón.
AMELIA.- Tú te conformaste.
LA PONCIA.- ¡Yo pude con él!
MARTIRIO.- ¿Es verdad que le pegaste algunas veces?
LA PONCIA.- Sí, y por poco si le dejo tuerto.
MAGDALENA.- ¡Así debían ser todas las mujeres!
LA PONCIA.- Yo tengo la escuela de tu madre. Un día me dijo no sé qué cosa y le maté todos los colorines con la mano del almirez.
(Ríen.)
MAGDALENA.- Adela, niña, no te pierdas esto.
AMELIA.- Adela.
(Pausa.)
MAGDALENA.- Voy a ver. (Entra.)
LA PONCIA.- Esa niña está mala.
MARTIRIO.- Claro, no duerme apenas.
LA PONCIA.- ¿Pues qué hace?
MARTIRIO.- ¡Yo qué sé lo que hace!
LA PONCIA.- Mejor lo sabrás tú que yo, que duermes pared por medio.
ANGUSTIAS.- La envidia la come.
AMELIA.- No exageres.
ANGUSTIAS.- Se lo noto en los ojos. Se le está poniendo mirar de loca.
MARTIRIO.- No habléis de locos. Aquí es el único sitio donde no se puede pronunciar esta palabra.
(Sale MAGDALENA con ADELA.)
MAGDALENA.- Pues ¿no estabas dormida?
ADELA.- Tengo mal cuerpo.
MARTIRIO.- (Con intención.) ¿Es que no has dormido bien esta noche?
ADELA.- Sí.
MARTIRIO.- ¿Entonces?
ADELA.- (Fuerte.) ¡Déjame ya! ¡Durmiendo o velando, no tienes por qué meterte en lo mío! ¡Yo hago con mi cuerpo lo que me parece!
MARTIRIO.- ¡Sólo es interés por ti!
ADELA.- Interés o inquisición. ¿No estabais cosiendo? Pues seguir. ¡Quisiera ser invisible, pasar por las habitaciones sin que me preguntarais dónde voy!
CRIADA.- (Entra.) Bernarda os llama. Está el hombre de los encajes.
Bien hecho, Alejandro.
ResponderEliminarAhora hay que comentar cada uno de los niveles del texto: fonética, variantes, léxico y semántica.